La Semana Santa está llena de emociones encontradas, por un lado los creyentes llevan a cabo las representaciones más fieles a lo que dicta la tradición Judeocristiana y por otro aquellos que cuestionan la fe desde el ámbito de la ciencia. La astronomía siempre dicta los días que algunos sólo ven como período vacacional y donde los otros ven los días más representativo para su fe.
Pero como mi intención no es crear polémica, yo sólo lo veo desde el punto de vista literario y me permito hablar de Caín (Saramago, 2011) como una muestra más de lo que el hombre observa y cuestiona desde su trinchera particular.
Este libro, para levantar más sospechas, es un camino por las escrituras de una fe que han acompañado al hombre desde su origen, y que con una narrativa dura y llena de preguntas nos permiten contemplar a un Dios como un miembro más de nosotros con los defectos y las virtudes que subyacen a la raza humana.
Sí, Saramago se distingue por ejecutar críticas severas matizadas con una narración plena de detalles que nos construyen escenarios que probablemente no nos habíamos planteado.
Caín es un juego de palabras, de metáforas, de roles donde podemos observar las dos caras de un Dios tradicional. No es una ofensa ni un reto, es simplemente una forma de observar el mundo de los “hubiera” planteando una figura tan emblemática como parte de nosotros y de nuestra realidad como hombres.
Como siempre Saramago detalla, y con qué fuerza, escenas que muchos conocemos pero que quizá nunca habíamos analizado desde el escenario de la humanidad, del odio y de aquellas emociones que forman parte de nosotros. El portugués nos lleva a pensar si es verdad que en algún tiempo hubo alguien capaz de sentir todo lo que nosotros sentimos y en cierta forma despreciar al hombre por sus heredados defectos.
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